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Juan Ramón Jiménez fue elaborando distintos oemarios a su regreso a Moguer, hacia 1905, después de haber superado en parte la hiperestesia tras su paso por sendos sanatorios de Burdeos y Madrid. Tenía entonces 25-26 años. El retorno a aquellos escenarios nativos que nunca dejarían de alojarse en su memoria estimula en el poeta el gusto por las identificaciones campesinas. Es el mundo expresivo, aunque con otros ecos, que se afianza en Pastorales (1905), en Poemas mágicos y dolientes (1908), y es también la manifestación de una sensibilidad, por momentos quejumbrosa, superpoblada de vagos registros melancólicos, de jardines y penumbras, lunas y fuentes. La experiencia del poeta se centra de modo absorbente en ese recuento de la intimidad cotidiana de Moguer, valiéndose para ello de una decidida vinculación con los reflujos de los cancioneros populares.