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Pocos naturalistas han gozado de tanta popularidad como el sueco Carl Linné, más conocido por la versión castellana de su nombre: Linneo. Su acusada personalidad, unida a los muchos honores disfrutados en vida, han llevado a una idealización de su obra, a convertirle en un mito; para él se crearon los apodos de príncipe de los botánicos, nuevo Adán o Plinio del Norte. Linné pretendió encontrar un método sencillo mediante el cual, respetando unas cuantas reglas por él establecidas, pudiera determinarse el modo en que la naturaleza estaba organizada. El adagio “Dios creó, Linné ordenó” recoge con precisión su talante frente al mundo.