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Todos le decían que había nacido con un nombre perfecto para hacerse poeta: Gustavo Adolfo Bécquer. Lo malo es que con las poesías no ganaba ni para pipas. Además de que se pasaba el día enfermo en la cama. Pero aquel nombre tan extraño y original podía con cualquier desgracia. Si deliraba con caballeros medievales, espectros y dragones, le hacía escribir fantásticas leyendas. Si se enamoraba y le daban calabazas, unos poemas de amor de aquí te espero.